Pocos se imaginaban este año que en la final de la Copa Libertadores no estarían equipos como Santos, Peñarol, Universidad de Chile o Vélez Sardsfield. Pocos podían creer que, con el fútbol practicado y la plantilla de futbolistas, conjuntos como el mítico Boca Juniors o el nunca finalista Corinthians pudiesen llegar a disputar la final.
En ningún momento los seguidores de éste torneo, sobre todo los residentes en Europa, preveíamos una final como la que se ha visto, y mucho menos unas eliminatorias como las que hemos podido disfrutar. No llegó el campeón del pasado año, Santos, ni el finalista, Peñarol, que hizo el ridículo quedando eliminado en la fase de grupos como último clasificado; tampoco pasó de la primera fase Chivas de Guadalajara o Flamengo, equipo con los cuáles se podía contar para eliminatorias posteriores (no llegar a la final) y sorprendieron Libertad como primera de grupo, Emelec en el grupo de Flamengo y Lanús, Bolívar y una impresionante Unión Española, encabezada por Emanuel Herrera (nuevo jugador del Montpellier) y Sebastián Jaime, que se clasificó primera de grupo. Tampoco llegaron a la final equipazos como Vélez Sardsfield, mi principal apuesta a principio de año, con un Augusto Fernández sobresaliente, un Barovero parándolo todo, un Emiliano Papa y un Insúa para los cuáles no pasan los años, y con Juan Manuel Martínez, el “Burrito”, llevando las riendas, era uno de los grandes candidatos al título y que quedó fuera en los cuartos ante Santos; y Universidad de Chile, otro que también quedó fuera en las semifinales ante Boca, tras no poder remontar el 2-0 de La Bombonera.
Y llegaron a la final dos equipos muy diferentes a los anteriormente nombrados. Mi filosofía de fútbol, ni mucho menos, es la que vale, ni la que puede prevalecer sobre las otras, pero una final formada por esos dos conjuntos significó para mi, y para muchos otros, la victoria del fútbol especulativo y poco brillante. He disfrutado muchísimo este año viendo jugar a Vélez (en pocas ocasiones, eso sí), viendo jugar a Santos con Neymar y Ganso en plena forma, viendo tocar con rapidez y efectividad a Universidad de Chile, con esa remontada histórica ante Deportivo Quito, e incluso conociendo nuevos equipos como Libertad o Unión Española, con jugadores espectaculares como Herrera o Samudio. Pero no he disfrutado nada, es más, me ha molestado, que equipos como Boca y Corinthians se plantasen en la final. Fútbol lento, fútbol a veces defensivo, sobre todo en Corinthians, y fútbol de experiencia en Boca. Sí, es cierto que la experiencia y la especulación sirven, fijémonos en cuantas veces Boca ha disputado una final y en el fútbol especulativo del Chelsea para lograr la Champions. Sí, sirve. Pero a mí no me gusta. El golazo en la ida de las semifinales de Emerson Cheik permitió a Corinthians plantarse en la frontal de su área y esperar a Santos, un equipo que necesita espacios para crear juego. Paró a Neymar, desactivó a Ganso y se plantó en la final prácticamente dando pelotazos al balón durante los 120 minutos de las semifinales.
Boca, por su parte, encarriló con 2-0 su encuentro en la ida y no sufrió en demasía en la vuelta, ante un equipo acostumbrado a lograr muchos goles, la ‘U’ de Chile.
Podíamos haber tenido una final de tamaño abismal, de fútbol preciosista, de toque, de buscar los espacios, de ataques rápidos, en fin, una final Santos-Universidad de Chile. Pero el fútbol no le quiso hacer un favor al aficionado neutral y se decantó por una final entre dos equipos que, a mi parecer, no debían estar. No voy a decir que fuera inmerecido, porque en el fútbol pocos resultados se dan inmerecidamente, pero sí sigo pensando en qué hubiese podido pasar si la final hubiera sido la otra.
Puede que estuviéramos ahora hablando del mejor equipo de América en muchos años, tanto si ganaban unos, como los otros, pero veréis como este título conseguido por Corinthians pronto se olvidará.
Colaboración de Adriá Soldevila, director de Marcaje Individual:
@AdriaSoldevila
@MarcajeIndiv
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